La grapa aragonesa – Levante-EMV

La grapa aragonesa – Levante-EMV.

Parada y fonda

 

La grapa aragonesa

 

Hay una pista forestal que une Fredes, en la Tinença de Benifassà, con Beseit, en el Matarranya.Peña-roja de Tastavins. Emili piera

Peña-roja de Tastavins. Emili piera

Más que un río, es un barranco con un espejuelo de agua al final de profundas gargantas, como ocurre con el Cérvol o el Tastavins, las lluvias y fuentes de la zona no dan para más. Cañones que recorrieron los mismos cazadores de ciervos que pintaron sus sortilegios en Ares y la Valltorta: los primeros agricultores.

Descorchamos el 2013 en una habitación de hotel en Pena-roja de Tastavins, donde la tierra del Matarranya, de rocas sedimentarias y luminosos olivos, se vuelve menos agrícola y más roja y silvana. El culo del mundo, dirán algunos. Pues no. Hay poca gente, pero aquí estaba y está uno de los centros neurálgicos del viejo reino de Aragón, no en vano hay una peña cercana bautizada como Pico de los Tres Reinos. Y ese centro es el santuario de la Mare de Déu de la Font, gótico auspiciado por Pere IV, decoración mudéjar en los artesonados, paso obligado de peregrinos jacobitas.

Cuando abrimos la ventana al día, todo era azul y verde, lavado por la lluvia. Antes de las primeras luces, balaban las ovejas. La vez que Aragón estuvo más cerca de conseguir una salida al mar fue al otorgar su fuero a los pobladores del Matarranya, su comarca más oriental tomando como referencia Vinaròs, el Mediterráneo. Claro, que estaban Chiva y Cheste, también de población aragonesa, pero de fuero valenciano: a estos sólo la Huerta los separaba del mar.

Cuando llegamos a Herbers, las calles estaban vacías y el mesón cerrado: no es que algo más de setenta vecinos puedan hacer mucho ruido, pero es seguro que anoche lo intentaron. Casas con arco de medio punto y sillares de gran tamaño: cuando no quede ni el recuerdo de los cementos blancos de Calatrava, estos palacetes agrarios, casonas y ayuntamientos de labor berroqueña, seguirán en pie. Es un consuelo, cada cual lo entienda como le dé la gana.

Subimos hasta la iglesia y el palacio del Baró d’Herbers, que va recuperando una escuela taller. El conjunto tiene muros defensivos y almenas de cuando ya no había enemigos, y en la fachada se abre una bella ventana gótica. El tiempo y la hiedra han reconstruido el dintel hundido de la puerta de un prado. Seguimos disfrutando de la belleza de este casco urbano en calidad de madrugadores (muy relativos) del año nuevo. Un retablo cerámico de 1991 recuerda la participación de los vecinos («dels herbers jussans») en la rogativa que cada siete años lleva a los de Vallibona a treinta quilómetros de su pueblo. Precisamente, al santuario de la Mare de Déu de la Font, pero esa es otra historia.

La grapa aragonesa, que parecía sencilla, es doble o quizás triple, o, más probablemente, infinita. Me detengo ante un cercado de ovejas ordenadas como párvulos en misa de doce. Callan porque quizás saben que me encanta su paletilla. En el parque eólico del puerto de Torre Miró, con Morella a la vista, hay un molino con una aspa rota que parece un águila desalada.

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