¿Qué pasó en Fraga el 6 de marzo de 1906? | Tinta de hemeroteca

¿Qué pasó en Fraga el 6 de marzo de 1906? | Tinta de hemeroteca.

 

fraga

Hoy me voy a permitir un pequeño homenaje periodístico, al tiempo que rescato un episodio poco conocido. O al menos así me lo parece, porque, aunque se le menciona en algunos libros de historia de los conflictos sociales en España, no ha sido explicado del todo.
En 1906, cuando el anarquismo y los movimientos reivindicativos de jornaleros y obreros no habían prendido aún con el vigor que lucirían años más tarde, se registró un suceso tremendo en Fraga. Un suceso que pone de relieve lo durísimas que eran las condiciones de vida para la inmensa mayoría de la población a principios del siglo XX. La crisis y el fin de las obras del Canal de Aragón y Cataluña dejaron sin trabajo a miles de personas, que no tenían otro capital que sus propias manos. Para mostrar cómo el caciquismo de la época obligaba a obreros y jornaleros a vivir prácticamente ‘al día’ bastan dos datos entresacados de este suceso: el enfrentamiento se produjo tan solo 100 horas después de la inauguración oficial del canal por Alfonso XIII (se siguió trabajando, pero el número de contrataciones era bastante menor), y en él murió un jornalero… de tan solo 13 años.
La protesta se saldó con un baño de sangre: cinco muertos y numerosos heridos. Fraga se convirtió de inmediato en una ciudad sitiada militarmente, donde nadie podía entrar o salir. ¿Nadie? No. Martón, un periodista del HERALDO, logró entrar y, en una época en la que no existía internet, ni las empresas de mensajería, ni el teléfono o el fax, envió una amplísima crónica de lo sucedido, telegrama a telegrama.
Como leerán en el texto, Martón se esfuerza en dejar sentada su imparcialidad, su moderno cotejo periodístico de las fuentes. No seré yo quien lo cuestione. Pero me imagino que ustedes, como me ha ocurrido a mi, acabarán pensando que Martón, que si logró entrar en Fraga fue por mediación de los militares, se acabó inclinando por la versión de las fuerzas de la ley. Este detalle no le resta vigor o valor a la crónica, a mi juicio. Al fin y al cabo, muchos de los periodistas norteamericanos que informan hoy en Iraq, entran allí por mediación de los militares de su país y se acaban inclinando por la versión de las fuerzas norteamericanas. Y siguen siendo admirados en todo el mundo. Lo dejo aquí. Esta es la parte del homenaje; el resto es sobrecogedor. A continuación les resumo la crónica publicada en HERALDO el 8 de marzo de 1906:

He recorrido el trayecto de Lérida a Fraga en poco más de tres horas, en un coche de buen tiro. Entro en el pueblo cuando cae la tarde y el crepúsculo da tintas y ambiente apropiados al estado de ánimo del vecindario y a lo fúnebre de las circunstancias.
La impresión recibida en las puertas de la histórica ciudad no puede ser más triste; siento cierta emoción al ver vigilada por la fuerza armada la entrada de Fraga. Esta se halla ocupada militarmente. Los soldados llegados de Lérida patrullan por las vías de acceso a la ciudad; parejas de la benemérita vigilan las calles y, al pasar por la carretera, he observado un detalle dramático, cinco guardias civiles dan guardia al cementerio donde están depositados los cadáveres de las víctimas de la jornada.
Atravieso el puente que enlaza la carretera con el pueblo, igualmente entre fuerza armada, pues la salida -punto donde se libró la batalla entre los jornaleros y la benemérita- está ocupada por la tropa, lo mismo que todos los demás puntos estratégicos de Fraga.
Esta presenta aspecto de campaña; no se ven más que uniformes militares. Tiene hoy Fraga fisonomía tristísima, de duelo intenso: un ambiente de melancolía invade todo. En las calles solitarias y silenciosas, pequeños grupos de comentaristas audaces refiérense en voz baja los detalles de la jornada, y trasmítense sus desconsoladoras impresiones.
La plaza está más animada; en ella los vecinos forman corrillos exteriorizando en sus palabras el pesar que se advierte en sus rostros.
Sobre la ciudad pesa un aplanamiento angustiador.
Acudo como primera fuente de mi información a esos grupos y a esos corrillos; soy el único periodista que ha entrado hoy en Fraga, el único que puede reconstituir la sangrienta jornada. Las personas a quienes primeramente saludo muestran su sorpresa por mi viaje, sorpresa que justifica lo penoso del recorrido, y con su sorpresa su gratitud al HERALDO por haber sido el  único periódico que ha enviado representante, procurando para sus lectores una información directa, auténtica, exacta.
Yo también me felicito de esta excepción del HERALDO entre los periódicos aragoneses, al haberse trasladado a Fraga porque la delicada índole de los sucesos, y su extraordinaria gravedad, exigen reprimir la fantasía y sujetar el relato verídico de los hechos a las causas concretas que solo sobre el terreno pueden investigarse.
He andado por la ciudad recogiendo la versión popular de lo ocurrido y después me he avistado con el capitán de la benemérita, Sr. Pla, para conocer la versión oficial. De esta suerte la información resulta completa, pues me han servido de fuentes para ella las dos partes que han intervenido en los sucesos. He de anotar con satisfacción que ambas versiones coinciden en el fondo, discrepando solamente en detalles insignificantes.
El Sr. Pla es el capitán que mandaba la fuerza que se tiroteó con los manifestantes. Ha estado conmigo deferentísimo y todo lo expresivo que le permitía la discreción inherente al cargo e impuesta por las circunstancias.
El origen del conflicto fue el siguiente:
La crisis agrícola por que atraviesa el país y el haber cesado recientemente en las obras del Canal de Aragón y Cataluña numerosos braceros naturales de esta comarca, determinó en la población obrera un contingente considerable de jornaleros sin ocupación. Entre estos inicióse cierto movimiento de agitación propia a su malestar. Las autoridades preveyeron el conflicto y adoptaron las medidas oportunas.
El lunes surgió el primer chispazo de esta explosión popular, que tan funestas consecuencias ha tenido. Grupos de jornaleros hambrientos dirigiéronse aquel día en manifestación al Ayuntamiento, al grito de ‘¡Pan y trabajo!’. El alcalde les contestó que trabajo le era imposible proporcionarles, pero que les socorrería con rancho y bonos. Por su parte los particulares acomodados ofreciéronse a cooperar a resolver la crisis, facilitando los jornales a que alcanzaran sus medios. Como el recurso que se ofrecía a los manifestantes no era inmediato, un grupo de éstos, los más contrariados, se  dirigieron hacia la salida de la ciudad y situáronse en el puente que da acceso a éste para reclutar allí partidarios entre la gente que se dirigía a esa hora a trabajar a la huerta.
Pretendían declarar en Fraga la huelga general y, como los huertanos son gente pacífica, ajenos a la lucha por la vida que no sea en el trabajo, negáronse a secundarles y se iniciaron las coacciones violentas.
La presión de los manifestantes rebeldes sobre los hortelanos fue tan enérgica y tan constante y eficaz su provocación al paro, que lograron de los hortelanos que les secundaran y puede decirse que todo el pueblo jornalero, incluso mujeres y chicos, formaron en imponente y amenazadora manifestación, que llegó a revestir caracteres alarmantes. En vista de ello, el alcalde requirió el apoyo de la fuerza armada y el jefe de la línea, el capitán Pla, que reside en Sariñena, trasladóse a Fraga después de haber comunicado telegráficamente con el gobernador y de haber ordenado que a los siete guardias del puesto de Fraga se unieran 31 de los puestos próximos.
Pasó el lunes sin novedad y creyóse entonces que el conflicto llegaría a solucionarse por la vía pacifica. Llegó el martes y la situación de alarma no varió; no continuaba la huelga y los manifestantes, como el día anterior, impidieron que ningún bracero, a pesar de que había algunos que lo deseaban, saliera a trabajar en la huerta.
…………………………..
Eran las dos de la tarde del martes. Los obreros amotinados se hallaban en el puente de la entrada de la ciudad, que ocupaban como sitio estratégico para impedir la salida de jornaleros al campo. Acaso los ánimos de aquellos no estuvieran dispuestos para la sangrienta jornada que se desarrolló más tarde y en la que desde luego no pensaban. Un incidente imprevisto, un hecho que unos califican de imprudencia y otros de fatal casualidad, cambió radicalmente el rumbo de los acontecimientos y fue el soplo que encendió la hoguera de l pasión popular.
Una persona que ejerce cargo oficial empeñóse en atravesar el puente, a lo que se oponían los manifestantes. Insistió aquel y fue éste el primer chispazo del horrible choque. El citado sujeto entabló empeñada lucha con los manifestantes para lograr pasar el puente. A la salida de este, y a la expectativa de los sucesos, había siete guardias mandados por el cabo Miguel Bergua, del puesto de Belver de Cinca. El cabo y un guardia acudieron, en cumplimiento de su deber, a proteger al vecino que tercamente luchaba por vencer la resistencia de los grupos a que saliera de la ciudad por el puente. Ayudóle la pareja en su empeño y en aquel instante los amotinados, en número aproximado de 300 arrojáronse sobre el cabo y el guardia, arrollándoles y desarmándoles. Arrojaron los fusiles al río y atropellaron la pareja, golpeándola hasta que acudieron en su socorro los cinco restantes guardias qne se encontraban al extremo del puente. En aquel momento se generalizó el combate entre los grupos y los guardias, desarrollándose la sangrienta jornada cuya vaga noticia publicó ayer el HERALDO.
El combate fue a cuerpo limpio. Los paisanos blandían toda clase de armas blancas y cortas de fuego, destrales, cuchillos, todo lo ofensivo que pueda imaginarse. Paisanos y guardias peleáronse en horrible confusión. El tiroteo fue vivísimo. Los paisanos heríanse mutuamente, sin saber adonde dirigían sus golpes. Los guardias estuvieron en muy grave aprieto, defendiéndose contra una masa enorme de enemigos. Cuatro de ellos cayeron heridos.
También cayeron varios paisanos para no levantarse más. Cruzáronse más de 80 disparos.
Cuando mayor era la pelea y la situación de los guardias era ya muy crítica, acudió al lugar de la refriega el capitán con 20 guardias. El paisanaje se batía desesperadamente a la entrada del puente, en la puerta de la ciudad.
Muy difícilmente pudo llegar hasta allí el capitán Pla, que se abrió paso a bayoneta calada. Recogió los guardias heridos y sin hacer un solo disparo, con tacto exquisito que evitó una hecatombe, logró hacerse fuerte a la salida del puente y refugióse en la posada.
La población está consternada a consecuencia de los hechos ocurridos. Pesa una atmósfera de plomo sobre este vecindario, que recuerda con horror las escenas presenciadas. Muchos paisanos, al sentirse heridos, escaparon por su pie a sus domicilios; otros fueron conducidos por sus compañeros. Quedaron cinco muertos en el lugar del encuentro; durante algunas horas nadie acudió a recogerlos, hasta que sus respectivas familias y sus amigos levantaron los cadáveres. Las escenas fueron desgarradoras. Las madres, los hijos y los hermanos de las víctimas echábanse encima de los inertes cuerpos procurando reanimarlos con sus gritos y exclamaciones amorosas.
No querían creer que los que poco antes habían salido buenos y sanos de sus casas eran ya cadáveres. El dolor de aquellas familias desamparadas no podía describirse. El capitán de la guardia civil vióse aislado durante muchas horas sin poder pedir socorro a los puestos inmediatos. Llamó a los médicos para que auxiliasen a los guardias heridos, pero el pueblo impidió que se les enviara socorros, amenazando con la muerte a los facultativos si acudían al requerimiento de la guardia civil.
En la posada se procuró el jefe de la fuerza algunos remedios caseros, y avisó al médico de Torrente de Cinca, que acudió a la medianoche. Los grupos seguían estacionados en el puente. No había manera de comunicarse ni de telegrafiar solicitando refuerzos. Para que se trasmitiera la primera noticia, hubo necesidad de valerse de los servicios de un ordenanza, quien exponiendo heroicamente su vida salió de la casa sitiada. Se disfrazó para conseguir su objetivo con un pantalón azul y unas alpargatas, y, en mangas de camisa, sin ser conocido, llevó el texto del despacho hasta las oficinas del telégrafo. Milagrosamente no sufrió contratiempo alguno.
En el cuartel de la guardia civil quedó un solo guardia con las puertas cerradas. Nadie se acercó al cuartel.
En Fraga hay un solo telegrafista, que se encuentra abrumado con el trabajo que supone la trasmisión de los despachos oficiales y de los destinados a la prensa. Mañana llegará otro telegrafista de Lérida y se pedirá dar más fácil y rápida salida a los telegramas. El oficial de Fraga D. José Sánchez, es digno de recompensa por los esfuerzos que han realizado para servir al público, no disponiendo de ayuda de ninguna clase.
Los heridos de la guardia civil son:
El cabo Miguel Bergua, que tiene dos cuchilladas en la espalda y un hachazo en la cabeza: está muy grave.
El guardia Germán Barraquer, de Belver, que tiene el pecho atravesado por un balazo; más de 18 tiros perforaron su capota y además recibió otro en el tricornio. Se encuentra grave.
Lorenzo Molina, de Belver, tiene un muslo atravesado de un balazo. Está gravísimo.
Jacinto Porras, de Ballobar, tiene una cuchillada en la cabeza y un balazo leve.
Los paisanos muertos son:
Juan Cerezuela, de 40 años.
José Labrador, de 34 años.
Joaquín Español, de 21 años.
Salvador Rivera, de 19 años.
Santiago Mir, de 13 años.
Todos son jornaleros. Algunos de ellos han sido muertos por los mismos trabucazos que disparaban sus compañeros.
Hay diez heridos vistos; cinco gravísimos y los otros cinco menos graves. Dícese que hay doble número de lesionados que se ocultan en sus casas porque muchos huyeron para no verse comprometidos.

Tras los sucesos, llegó a Fraga de urgencia el gobernador civil, que dio orden al alcalde de publicar un bando acordando dar bonos (ayudas) a los jornaleros sin trabajo. Se procedió al entierro de las víctimas y se impidió el acceso del público para evitar nuevos incidentes. La guardia civil protegió al escribano del juzgado que fue la espoleta del enfrentamiento y que acabó con un balazo en la pierna. Y el cabecilla del motín fue, o al menos eso se dijo, Joaquín Nicolás, apodado ‘el Chato’, de 30 años, “sujeto muy conocido en la población por sus frecuentes asaltos a los corrales y numerosos robos de aves domésticas”. En fin.
Creo que el suceso de hoy es para reflexionar. Sobre muchas cosas, desde hasta dónde pueden llegar los efectos de una crisis económica, hasta la absoluta y radical inutilidad de una muerte, de cualquier muerte; pasando por la balsámica constatación de que hoy los niños de 13 años, al menos por el momento, no tienen que trabajar para contribuir a sostener a su familia.
Animo a los lectores a enviar su opinión sobre todo esto. Y especialmente a los fragatinos. El suceso tuvo que causar una honda conmoción en la localidad y debió dejarse notar durante décadas. Así que cualquier información adicional será bienvenida.

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La Franja