El divorcio no es cosa de dos | Lo finestró del Gràcia

El divorcio no es cosa de dos | Lo finestró del Gràcia.

 

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(Article a publicar a La Comarca d’Alcanyís)

José Miguel Gràcia*

Para formar una pareja, es decir, cualquier tipo de matrimonio o unión estable de convivencia es necesario el consentimiento o la determinación de las dos partes. Estoy seguro que todo el mundo estará de acuerdo con esta afirmación, por supuesto, si excluimos de la misma las sociedades primitivas, feudales o de ancestrales tradiciones que no tienen en cuenta los derechos de la mujer. No entran en mi razonamiento este tipo de sociedades.

Por el contrario, cuando un miembro del matrimonio o de la pareja quiere divorciarse o separarse, no necesariamente buscará el acuerdo de la otra parte, porque el desamor o la falta de entendimiento, o incluso la intolerancia, no se suelen producir en ambas partes de la pareja, ni con la misma intensidad, ni en el mismo momento, ni la causalidad es equivalente en ambas partes. En los casos excepcionales, cuando la voluntad de separación o divorcio se produce por igual en ambos lados, el problema lleva implícito ya una fácil solución. La ley, más allá del acuerdo entre las partes, servirá para establecer el equilibrio económico de derechos y responsabilidades en conflicto, y también la fijación de los derechos  y responsabilidades en cuanto a los descendientes, si los hubiere.

Lo expuesto hasta ahora es tan solo un ejemplo de lo que quiero tratar a continuación: cuando un colectivo importante de ciudadanos de un país, afincados en unos territorios concretos, con unos sentimientos y símbolos identitarios mayoritariamente aceptados, con unos intereses económicos bastante coincidentes entre ellos —al margen, claro está, de los de la clase social—, con una cultura y lengua propias, con una percepción de que no son bien tratados ni comprendidos por la otra parte de ciudadanos y territorios; ¿deben tener derecho a decidir democráticamente su futuro? ¿Pueden decidir por mayoría significativa separarse o “divorciarse”? ¿Inclusive, aún no siendo ciertos una pequeña parte o una gran parte de los supuestos que les hacen sentirse diferentes o maltratados, deberían tener derecho a poner a prueba su voluntad a través de las urnas? Mi contestación a todas estas preguntas queda explicitada mediante el título de este escrito, pero añadiría más: “el divorcio es cosa de uno”.

Si el miembro de la pareja, que no siente deseos de separarse, se dedica a propagar la mala conducta del otro miembro y a afear su comportamiento, blandiendo principios naturales o legales, lo más probable será que haga aumentar los deseos de separación. El horizonte del divorcio se irá acortando. ¿No sería, tal vez, más racional y efectivo que la parte que no desea el rompimiento de la pareja, se dedicase a hacer ver al otro que ambas partes van a salir perdiendo, que siempre queda una posibilidad de convivencia, que incluso el amor se pude recomponer? No crean que se me olvida que en un proceso de separación, la racionalidad es escasa.  Quiero dar un paso más en mi razonamiento. En el supuesto de que, tras un período, llamémosle  de reflexión o negociación, se llegase a una teórica recomposición de la pareja, por la que una de las partes tolerase una mayor dejación de derechos o sentimientos, ¿cree el lector que estaría garantizado por mucho tiempo el futuro de la pareja?  ¿Son justas o deseables este tipo de recomposiciones? Y otro paso más. Convendrá conmigo el lector que si tras un deterioro significativo de la pareja, se llega a una posterior reconciliación, tal vez este acontecimiento feliz, ha podido imposibilitar un futuro más feliz de ambas partes por caminos separados.  Cierto es también, que se da más de un caso de parejas que se rompieron y volvieron a juntarse, hecho no aplicable a colectivos nacionales o países.

Soy consciente de que se puede calificar mi ejemplo de especulación interesada, no obstante, nadie me podrá rebatir que el transcurrir del tiempo sin abordar con claridad y decisión la solución de los problemas de una pareja de personas o de dos colectivos nacionales, con ansias de divorcio o separación, no hace más que agravar el tema y hacer más difícil la solución del conflicto.

No hace falta que le diga al lector a que pareja o colectivos de nuestro país me refiero. Como los caminos de los sentimientos y del amor son inescrutables, el divorcio, desgraciada o afortunadamente, solo es cosa de uno, por mucho que sus consecuencias afecten a las dos partes.”

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La Franja