La diversidad lingüística
20/02/2011 JOSÉ Bada
En esta tierra se cría el tomillo, “lo timó” y el “tremoncillo”. Hay comarcas en las que se dan las tres lenguas propias de Aragón, aunque obviamente a su modo, porque las lenguas existen solo en vivo –como las plantas– y por tanto en muchas hablas. Lo que no impide clasificar las modalidades lingüísticas como los botánicos hacen con las plantas: por especies, o reunir bajo el mismo nombre a las que tienen un aire de familia. De ahí que sean tres las lenguas en Aragón, y las modalidades muchas más.
Pardo Sastrón, farmacéutico nacido en Torrecilla de Alcañiz, estudió la flora del Mezquín y sólo en su pueblo catalogó más de mil especies. Algunos lo consideran precursor de la etnobotánica, pues se interesó también por los usos y costumbres en relación con las plantas. Ignoro si al herborizar anotaba siempre el nombre vernáculo de la planta que recogía, lo hizo en ocasiones.
Comprendo que un botánico estudie sólo la flora, celebro que se interese por la cultura popular y me sorprende gratamente si recoge las palabras. Puedo entender también al anticuario que no distingue entre “tinaja”,”tenaja” y “tenalla”: para el rastro no importa. Pero no me pidan que comprenda a los etnógrafos que catalogan los aperos de un lugar y se olvidan de los nombres.
Abiertos a la convivencia y a la conversación, a la palabra entre todos y con todos como seres humanos, deberíamos ocuparnos más de lo que está a nuestro cuidado aquí para todo el mundo: de ese fragmento de humanidad que depende de nosotros en el Mezquín, en Fraga, en Hecho, en Chiprana o en un barrio de Zaragoza.
EL 21 DE ESTE MES se celebra el Día Internacional de la Lengua Materna. No me gusta el uso instrumental del calendario o de las fiestas, que las degrada, y prefiero celebrar los fastos que hacer campañas. No obstante, aprovecharé la ocasión para hablar de nuestras lenguas como está mandado. No vivimos solo de pan. Vivimos también de la palabra que sale de la boca del hombre: la que se da y recibe, no se niega a nadie y es imprescindible para la convivencia. Sin la que no hay calidad de vida, ni gracia, ni “carmullo”, ni satisfacción humana, pues todo lo que está por debajo de la convivencia apenas alcanza para la mera subsistencia del cuerpo.
Unas 3.000 lenguas, casi la mitad de las existentes, están en peligro de extinción. Puede que a muchos les preocupe más la supervivencia del quebrantahuesos que el porvenir del aragonés, y la recuperación de los “bienes de Aragón” bastante más que el futuro del catalán de la Franja. Lo que sería imperdonable en mi caso, dada la responsabilidad que he adquirido en el Consejo Aragonés de las Lenguas. Creo sinceramente, por otra parte, que la merma en la diversidad lingüística no es una amenaza menor que la drástica reducción de la diversidad biológica. Ya es hora de ocuparnos de la ecología de la mente y, por tanto, de las lenguas maternas o vernáculas como dicen otros.
Vernaculum se llama en latín a lo que se cría, se cultiva, se teje, se hace en casa o se obtiene del común para usufructo, frente a todo lo que traen de fuera –lo “forano”– a nuestro mundo y adquirimos en el mercado para el consumo. Vernácula es la lengua en la que se nace y crece, la del mundo de la vida.
La conservación de las lenguas vernáculas no se opone al entendimiento humano, que no depende del pensamiento único ni de la lengua única, homologada, sino al contrario: depende de la abundancia y libertad del espíritu.
En el mundo mundial el mercado sin fronteras allana las diferencias o las confunde, pero ese mito de Babel tiene su réplica en Pentecostés que las discierne y las salva. Las fiestas populares, cuando son auténticas, tienen más de ese espíritu que de aquel mosto o mejunje de los mercados.
SIN QUITAR EN absoluto importancia a lo que consideramos urgente: garantizar el uso publico y la enseñanza en la escuela de las lenguas propias de Aragón, pienso que la recuperación social de las lenguas minorizadas sólo será posible si les prestamos el reconocimiento y la atención que merecen.
Se dice que hasta las plantas crecen más ufanas y mejor cuando se les habla, es una hermosa creencia que no desmentiré. Ojalá seamos capaces de cuidar y mimar las lenguas vernáculas tanto o más que las flores del jardín, y de ayudar desde la infancia a los niños para que accedan desde su mundo y con su lengua, desatada, a todo el mundo y a cualquier otra. Educar es enseñar a hablar, no es olvidar la propia lengua al ir a la escuela. Ni enterrarse en ella, es brotar y crecer como las ramas al aire de la comunicación universal.
Filósofo
mitjançantLa diversidad lingüística – Opinión – www.elperiodicodearagon.com.