Chapurriau: se puede construir un nuevo futuro, pero no falsear la historia (N. Sorolla) | Xarxes socials i llengües

Source: Chapurriau: se puede construir un nuevo futuro, pero no falsear la historia | Xarxes socials i llengües

(Publicat a La Comarca, Cartas del Lector)

Natxo Sorolla. Sociólogo.

Juan José Barragán defiende que la denominación “chapurriau” tiene “enormes diferencias” con otras palabras como “chapurrear”, “chapurrar” o “chapurrado”. Y por ello, defiende que decirle “chapurriau” a nuestra lengua nada tiene que ver con que algunos consideraron en su momento que en el Matarraña hablamos mal. No sólo pretende singularizar la palabra “chapurriau”, si no aislarla por completo de su origen. Lo firma como “profesor de Historia” en un artículo de este periódico de “El mundo del chapurriau” (11/12/2022).

Ni soy lingüista, ni soy filólogo, ni soy historiador. Pero el sentido común me dice que el origen de una palabra, su etimología, no depende de nuestra voluntad. No debemos obviar que cuando nos referimos a un magrebí como “moro”, la palabra originalmente se refiere a Mauritania, y ésta, a su vez, a un color de piel. Que cuando nos referimos a un amazig como “bereber”, su etimología lo sitúa como “bárbaro”. Y que cuando nos referimos a un sudamericano como “machupichu”, se relaciona con la joya arquitectónica inca. Podemos reinterpretar y adoptar una denominación, como ocurre con “maricón”, usada en ocasiones como una muestra de orgullo homosexual. Pero no podemos obviar que es el aumentativo de “marica”, y se usó de forma peyorativo como diminutivo del hombre que se comporta como una “María”. Estoy muy de acuerdo con el artículo que el significado actual de las palabras se construye socialmente. Pero su origen y etimología puede objetivarse, y no depende de nuestra voluntad actual. Y el artículo pervierte la indagación sobre el origen del “chapurriau”.

Nosotros, en un ademán de deconstrucción performativa, podemos adoptar la denominación “chapurriau” como propia, e ideal, para mostrar nuestra total repulsión a todo lo que huela a demonio catalán. Porque el significado de las palabras puede cambiarse a gusto de nuestras actitudes más hondas: “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”, o porque llamaron “crimen pasional” al “maltrato familiar”, o porque el supremacismo usa denominaciones peyorativas para minorizar a las que se considera lenguas indignas. Pero la etimología de las palabras es la que es. Cuando en el artículo se afirma a la ligera que “el término «chapurriau», como sustantivo, está escrito en aragonés oriental” se obvia que la romanística internacional sitúa el dialecto oriental del aragonés muy lejos de aquí. Pero es que también se obvia que “chapurriau” es un sustantivo que rompe la lógica con la que se forman los sustantivos en el Matarraña: si fuera propio acabaría en “-at”, y no en “-au”. Y no sólo eso, si no que se obvia que “chapurriau” enlaza con el verbo castellano “chapurrear”, que define la acción de hablar mal una lengua.

El artículo manipula la pobre revisión bibliográfica con la que trabaja. Se limita a explicar que “si consultamos el ‘Tesoro de los diccionarios históricos de la lengua española’, de la RAE, la definición del término ‘chapurrear’ nos aclara [que] la definición de ésta es ‘Bebida compuesta de varios licores o de vino y azúcar con diversos ingredientes’. Poco que ver, por tanto, con las lenguas”. Es suficiente con consultar ese diccionario para comprobar que se ha ocultado a conciencia la definición: “CHAPURREAR, tr. chapurrar, hablar con dificultad un idioma. Ú.t.c.intr.” y “CHAPURRADO,DA. p.p. de Chapurrar. 2. adj. dícese de una lengua cuando se habla con imperfección y dificultad,y especialmente cuando al hacerlo asi se usan articulaciones, vocablos y giros exóticos”. La propia definición de la poca bibliografía que trata prioriza el significado de lengua mal hablada para “chapurrear” y “chapurrado”.

Pero es que el artículo se limita a documentar las palabras únicamente en un diccionario, para inducir que unas están aisladas de otras. Y afirma que “El término se documenta por primera vez en una obra de Villarroel que data de 1794, en la que nombra el «chapurrado» refiriéndose a una fórmula de repostería. Así se mantuvo el término, con su significado original como demuestran otros autores, hasta que en 1917, Alarcón, lo utiliza como una forma de empezar a hablar una lengua, refiriéndose al árabe por su dificultad, y no de forma despectiva precisamente, sino como mérito personal”. No es necesaria una competencia especial en investigación histórica, porque a unos simples golpes de clic, se puede documentar que unos años antes, en 1786, ya se expresa el significado despectivo de “chapurrear” como hablar mal una lengua: “se han empeñado nuestros charlatanes en no saber nada con solidez, en traducir libretes para la ganancia, en chapurrear la locución con frases bilingües” (“Reflexiones sobre la Leccion crítica que ha publicado D. Vicente Garcia de la Huerta”, de Juan Pablo Forner, p. 94).

Evidentemente, el artículo no emprende el reto más complejo, de documentar el primer uso de “chapurriau” para referirse a nuestra lengua. Que por lo que sabemos de momento, a principios de siglo XX se mantiene la denominación “catalán”, y el “chapurriau” se empieza a documentar a partir del segundo tercio del siglo XX. Cuando inicialmente indicaba que yo no soy lingüista (ni historiador) lo hacía conscientemente. Porque sin serlo, observo que el argumento central para impermeabilizar el “chapurriau” de la definición original de “hablar mal” es sumamente contradictoria. Cuando se dice que “no tiene ningún sentido intentar expresar lo mismo con dos términos diferentes de dos lenguas diferentes” se obvia que, por definición, ocurre lo contrario: dos lenguas diferentes usan términos diferentes para expresar lo mismo. Y si las tres lenguas son de la misma familia, estos términos probablemente serán próximos, porque tienen el mismo origen etimológico: el latín. “Chapurriau” es el sustantivo aragonesizado de “chapurrear”, la forma peyorativa para referirse a nuestra lengua en el Matarraña, y así ha pasado a las lenguas de nuestro entorno. En el artículo se hace una defensa gastronómica final: “Más ganaríamos todos mezclando vino y limón helado. […] ¡buen provecho! Al menos yo lo probaré”. Se suele decir que los experimentos mejor hacerlos con gaseosa que con lenguas e historia. Especialmente si son con alcohol.

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