Aval de Camilo José Cela al català de la Franja

Camilo José Cela. Viaje al Pirineo de Lérida (Austral, 2010) (1a edició Destino, 1965)

 

“También suele entenderse que el catalán es lengua que se habla –además de en las islas Baleares, el principado de Andorra, parte del reino de Valencia y de la linde de Aragón, del departamento francés de Pirineos Orientales y la ciudad de Alguer, en Cerdeña– en el completo ámbito del principado de Cataluña; tampoco esto es así del todo ya que el valle de Arán es tierra leridana y lo que hablan los araneses, sin embargo, no es catalán, sino un dialecto gascón apoyado en muy viejos cimientos ibéricos” (p. 126-127)

“El condado de Ribagorza, para otros autores no menos ilustres, cabalgaba a caballo del río y comprendía, siempre más o menos, los actuales términos de Barruera, Durro, Vilaller, Espluga de Serra, Llesp, Malpás, Pont de Suert y Viu de Llevata, en lo que hoy es provincia de Lérida y, en lo que ahora es provincia de Huesca y citados por el orden del abecé los de (…); por todos estos pueblos se sigue hablando el catalán: mejor o peor ya que, en estas zonas de fricción de lenguas, las lenguas se despedazan –o se liman –al convivir e influirse recíprocamente” (p. 233)

“Para quienes, como él, son aficionados a estas cuestiones, el viajero arbitra poner aquí –con algunos breves comentarios– la ortografía catalana de los nombres que ofrecen variante. En el texto van citados (los pueblos que caen en tierras de Huesca) por su denominación oficial, aunque el viajero se reserve el derecho de suponer que esta denominación oficial venga a resultar, con frecuencia, disparatada. Son los siguientes: (…) Arén es traducción al oído, u onomatopeya, de Arenys de Noguera; tal como lo dejaron, ya va listo. En Benavarre, la variante es puramente ortográfica. Calladrons, Casserres, El Güell, Montanui, Nerill y Purroi se convirtieron, también de oído y no del todo afinado, en Caladrones, Caserras (se le añadió: del Castillo), Güel, Montanúy, Neril y Purroy (se le añadió: de la Solana). Gavassa, con v y con doble s, es topónimo que deriva probablemente, del radical prerromano gab, frecuente en la geografía pirenaica e italiana; con b y con una sola s, gabasa es sinónimo de bagasa (Diccionario de la Real Academia Española) y bagasa, con perdón sea dicho, vale por ramera: “Era de pocco sese, façie mucha locura /Porque lo castigaban non avie nulla cura: / Cuntiol en est comedio muy grant desaventura, /Pario una bagassa dél una creatura” (Gonzalo de Berceo. Milagros de Nuestra Sennora.) El viajero se permite sospechar que el pueblo perdió con el cambio de ortografía; aún puede, si se lo propone, desandar lo andado, que nunca es tarde si la dicha es buena. A Llasquarre se le descabalgó una l de la ll inicial y se le cambió la q por c. A Lliterà se le quitó el acento y se tradujo por Litera. Lluçà, nombre que viene del latín Lucius, se convirtió en Luzás por la misma razón que Pilçà paró en Pilzán. Les Paüls derivó hasta Laspaúles. Queixigar, que pudo quedar en quejigal, terreno poblado de quejigos, pasó a Cajigar, que viene a ser lo mismo. Y a San Orencio, mártir oscense con cuyo nombre bautizaron sus paisanos del Ribagorza al pueblo de Sant Orenç, se le perdió la memoria –y el respeto– con la forma oficial de Santoréns.” (p. 233-234)

“Las lenguas no mueren como el animal, por causas inmediatamente fisiológicas, ni como el hombre, por razones morales o políticas, sino que se transforman –igual que las nubes cambian su silueta –por sinrazones poéticamente imprevisibles. El viajero cree que para que los catalanes, por ejemplo, hablasen mejor el castellano sería prudente que en las escuelas, además del castellano, se les enseñase también el catalán. El amor que el viajero siente por el castellano (y supone, el viajero, que ha de reconocérsele), no sólo es compatible con el respeto que le producen el catalán y cualquier otra lengua, sino que, en cierto modo, hasta es condicionado por la evidencia de esas mismas lenguas y por el reconocimiento que pregona de su realidad, gloriosa siempre y, a las veces, heroica. (p. 235)

Via: Josep Lluís Espluga

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