La infamia del chapurreau – Opinión – www.elperiodicodearagon.com

La infamia del chapurreau

La diferencia no ha sido nunca entre lengua y lengua sino entre los que se entienden hablando y los que no.

29/10/2009 JOSÉ Bada

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El término “chapurrear” significa “hablar mal” una lengua y se opone a “hablar bien”. Pero desde el punto de vista de quien habla con dominio la suya y rechaza las otras, “hablar bien” significa hablar como él habla. Por eso algunos que sólo hablan castellano en Aragón piensan que en la Franja “hablamos mal”, no tanto porque hablemos mal el castellano sino por hablar una “cosa que no tiene nombre” y que ellos llaman “chapurreau” por no decir algo peor.

El “chapurreau” es una infamia que viene de fuera. Pero cuando se introduce en el subconsciente de los hablantes éstos creen que su propia lengua no es la adecuada para hablar de cosas importantes con personas importantes. Por eso mis paisanos –los que rezan aún– hablan con Dios en castellano y los que blasfeman todavía lo hacen en catalán. “Blasfemar” significa también “hablar mal” o “mal-decir”. ¿Qué son los que chapurrean en Aragón? ¿Malhablados, malditos, herejes, o peor todavía? ¿Son polacos? No, ni catalanes tampoco. Son aragoneses que hablan catalán. Aragoneses normales, nunca “normalizados”. Quiero decir autónomos, ¿me entienden? ¿O tendré que decirlo “clar i català”?

Para la derecha lo que se habla en la Franja “non decet” sí es catalán, pero como no lo es…Y así argumentan como la abadesa. Sin embargo hay excepciones, como el alcalde de Pena-roja (del PAR) con quien he compartido el pan y la palabra con motivo de celebrarse allí el 25 aniversario de la Delcaració de Mequinensa. Me gustaría saber lo que piensa Boné, de Torre del Compte. Renuncio a saber lo que piensa Biel, pues nunca se sabe. Y no me sorprende lo que ha escrito Hipólito: “No; con todo afecto, con toda consideración y con toda firmeza, hay que decir “no” a ese proyecto de ley que de aquellas maneras querría oficializar el catalán en Aragón , colocándolo entre las lenguas originarias de esta tierra” (en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, 20-9-2009) Dando a entender que el “aragonés” sí es de Aragón, como su nombre indica, lo mismo que el “castellano” (!). Aunque la defensa de esa reliquia aragonesa o “modalidad” con todas sus respectivas “modalidades”, sea la estrategia del palo en la rueda para detener el carro del catalán en la miseria del chapurreau. ¿Saben cuántos maestros y funcionarios se necesitarían de reconocer como propias tantas “modalidades”? Hipólito sí lo sabe.

Hace 25 años decíamos que Aragón era trilingüe y “polifónico”. Lo “polifónico” era una metáfora de la que hizo mofa la derecha. Y un decir, lo de “trilingüe”. Aragón no habla, hablan los aragoneses: la mayoría en castellano, en catalán la minoría mayoritaria y unos pocos en aragonés. Pero el problema aquí ha sido siempre el diálogo, el entendimiento y la convivencia. Dios o el destino confundirá a los que no quieren entenderse. La diferencia esencial no ha sido nunca entre lengua y lengua sino entre los que se entienden hablando y los que resuelven a golpes los conflictos. Solo éstos, que se comportan como animales de la selva y marcan el territorio con sus excrementos son unos bárbaros. El catalán en Aragón es hoy más que ayer el ratón que paren los montes: Parturient montes, nascetur ridiculus mus. Y el escándalo que cierra el paso, la montaña, sigue siendo la intransigencia y la incapacidad de llamar las cosas por su nombre.

El orgullo de la propia lengua y el desprecio de las otras, la definición estúpida de una identidad rotunda y sin fisuras es una afirmación fanática contra los otros. Muralla más que puente: ¡No pasarán! Y ése, el grito de la barbarie. Los bárbaros no son los otros sino los incapaces de hablar.

Después de 25 años los niños aprenden inglés en la escuela, los novios viajan a Cancún, la calle Conde de Aranda se conoce en Zaragoza como “avenida de Marrakésh”, vienen de Sudamérica a cuidarse de quienes no pueden valerse, la fruta la recogen en Fraga los inmigrantes…, y gracias a ellos se mantienen mal que bien las granjas en nuestros pueblos. Veinticinco años son mucho si advertimos lo que ha cambiado el mundo. Y nada, si consideramos lo poco que han cambiado algunos clavados en esta tierra como una espina y afincados en sus prejuicios: “Aragón es nuestro partido” –¿por qué no su parcela?– Obstinados en sus trece como “talibanes” de una superstición visceral, éstos no cambian. Son la avanzadilla de la intransigencia, y celadores del bien general que consideran suyo. Pero ignoran que el espíritu es libre, las ideas no mueren y la lengua vive cuando se habla. Y los que callan cuando la intransigencia grita, puede incluso que piensen y digan algún día: “la libertad es mía y la llengua nostra”.

Exconsejero de Cultura de Aragón

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