Normalidad lingüística

Bienvenida sea la normalidad. Tener un marco legal que reconozca y ampare nuestras lenguas propias culmina la transición democrática en Aragón, abordando una situación que en otras comunidades se apresuraron a regular (ya que el uso de la propia lengua es uno de los derechos fundamentales de la persona) desde el primer día de su autogobierno. Lo anormal era la situación vivida en Aragón desde hace 27 largos años: tener a 80 o 90.000 personas como hablantes de unas lenguas que sólo podían usar en la intimidad si no querían exponerse a la burla o incluso a la hostilidad de algunos de sus paisanos. Muchos aragoneses educados en valores y prejuicios de tiempos pasados, hoy casi superados, han tenido hasta ahora por bueno que hablar aragonés era, en el mejor de los casos, un vestigio folclórico de dialectos locales sin relación entre sí y, en el peor, una evidencia de atroz incultura. En el caso del catalán, se le ha sumado además la delirante teoría de que la lengua de las gentes de nuestras comarcas orientales nada tenía que ver con la de nuestros vecinos catalanes y valencianos, aunque la comprensión entre ellos sea, de lejos, mucho mejor que la que tenemos los castellanohablantes de Aragón cuando escuchamos a los hablantes de Andalucía o Extremadura. Estos interesados han azuzado los peores instintos de quienes han tenido la poca fortuna de desconocer que tenemos tres lenguas y que el catalán es una de ellas, nacida allá por la Edad Media también en nuestro terruño, en zonas que nunca han pertenecido a lo que hoy conocemos como Cataluña. No hay, pues, ninguna importación de nada: el catalán es una lengua aragonesa desde siempre. ¿Logrará la Ley de Lenguas que el PP y el PAR lo asuman o preferirán seguir empeñados en crear su propia y conflictiva realidad alternativa como hasta ahora?

27 años eludiendo legislar y hacer políticas activas de protección y promoción de nuestras lenguas son muchos años. Creo que en Aragón ya hemos demostrado sobradamente que teníamos otras prioridades. Ya no tiene, pues, sentido pegarnos otros 27 demostrándole al mundo que eso de las lenguas nos la trae al pairo porque quienes las hablan son pocos, pobres y de pueblo. Puestos a gastar, siempre habrá otras necesidades, como dilapidar dinero en la destrucción del teatro Fleta, contratar amigos y parientes para formar redes clientelares políticamente afectas en el medio rural, enterrar millonadas en un circuito de Fórmula 1 de muy dudosa rentabilidad, pagar los hoteles y las vacaciones de los jefes de Gran Scala y sus familias, gastarse 140 millones de euros para hacer un campo de fútbol que la ciudad de Zaragoza ya hubiera tenido (por menos de la mitad) en 2008… Para estos políticos-lingüistas (catedráticos en “Modalidades”) siempre habrá cosas mejores que nuestro patrimonio cultural y nuestra identidad en las que tirar nuestro dinero. Los pancatalanistas podrán gracias a ellos -como han hecho hasta ahora- frotarse las manos ocupándose de nuestra lengua catalana y moldeándola a ella y a sus hablantes a su medida, aprovechando el hueco que aquí les dejamos.

Este es el tipo de políticos y de política que empequeñecen y empobrecen a Aragón. Encarnan una cultura en la que el cainismo y el complejo de inferioridad se ven como un activo para alcanzar objetivos de poder. Nuestro Aragón es más débil y vulnerable en sus manos frente a las servidumbres que nos imponen desde el Este y el Oeste, y a la vista está si pensamos en nuestra financiación, nuestras infraestructuras, nuestros bienes culturales expoliados o nuestra Historia falseada. El Sr. Biel, factótum de Aragón desde que nos condenó a ser autonomía de tercera, haría bien en estarse callado o marcharse de una vez. Pero en esta ocasión, mal que les pese a estos falsos profetas del Apocalipsis, podemos dar la bienvenida a la normalidad para nuestras denostadas y casi extinguidas lenguas. Así sea.

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