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EncontrARTE. VÍDEO. Este proyecto familiar quiere difundir desde La Codoñera la música popular y a veces olvidada del pueblo y de más allá

Germán y Elsa Celma Ibáñez, son junto a sus padres los que tratan de mantener viva la tradición en la web Rampa’l Cul. / B. Severino
Germán y Elsa Celma Ibáñez, son junto a sus padres los que tratan de mantener viva la tradición en la web Rampa’l Cul. / B. Severino

Rampa’l Cul es el nombre del proyecto de Germán Celma Ibáñez en el que ha implicado a su familia. El nombre hace hace una referencia muy particular a la expresión onomatopéyica que recuerda al acompañamiento rasgado de las guitarras en géneros tradicionales. Calcula que fue hace unos tres años cuando decidió crear una sencilla página web acompañada de sus respectivas redes sociales, para dar visibilidad a la música tradicional y recuperar canciones populares de La Codoñera y de más allá. Llama la atención el logotipo, creación de Laira Gonzalo, quien propuso a Rampa’l Cul para EncontrARTE.

Tiene composiciones propias y otras piezas recuperadas a partir de viejos cancioneros o grabaciones antiguas. De ahí salen de nuevo con arreglos o como nueva canción con toques actuales aunque manteniendo la esencia. Otras piezas las han devuelto a la vida después de que algún vecino de los de mayor edad las comparta con ellos. ‘Jotes i olives’ o ‘Albadas de La Codoñera’ son algunas recuperadas y grabadas. El cometido de la web es compartir. Allí deja Germán las canciones con sus vídeos y sus partituras. «Están para que quien quiera se las descargue y las emplee y que estas canciones vuelvan a sonar», dice. En la gente mayor encuentra este joven de 30 años a sus maestros. «Las inquietudes que me asaltan las resuelvo buscando a quien lo sabe», apunta.

En Belmonte de San José encontró a un hombre que le enseñó a soplar el cántaro barro. Se puede escuchar a Germán tocarlo en el Villancico, por ejemplo. Pendiente tienen de grabar una canción recuperada de hace más de cien años. «La tocamos en el Kodofest y ni la familia la conocía. Son cosas que tienen valor, que no son de nadie y son de todos», apunta su hermana Elsa.

A pesar de todo este historial no se denominan músicos. «Somos tocadores», ríe él. Germán lleva el grueso del proyecto. Se ocupa de los arreglos, de componer y de grabar los instrumentos. Para el canto recurre a su hermana y a sus padres Mª Fe y José Antonio, «buen letrista también».

Pasado, presente y mucho futuro

Los abuelos ya tocaban la dulzaina y la guitarra pero el detonante fue la jota. Germán y Elsa acompañaban a sus padres a clases de canto en Torrecilla de Alcañiz con José Luis Urbén, que hizo cantar a Germán cuando apenas tenía tres años. «Casi ni hablaba, yo lo seguía a él», recuerda. Cantó hasta los 16 años cuando cogió la dulzaina y luego la gaita de boto. Tras un par de cursos en Torrecilla, siguió dos años en la Escuela de Música de Zaragoza con Mario Gros y Rafa García. Son pocos gaiteros y es uno a los que recurre Carlos Núñez en sus conciertos en Aragón junto al caspolino Pablo Morales, entre otros.

Lo de componer llegó pronto y un día por probar. Presentó la canción a un concurso en Teruel de la Asociación de Gaiteros de Aragón. Ganó el segundo premio y la grabación de la pieza que se incluyó en un disco. Elsa y Mª Fe siguen en clases de canto con Urbén, y Germán y José Antonio, en Torrecilla con la dulzaina y el tambor respectivamente. Tocan en varias agrupaciones. Entre ellas, los dulzaineros de Mas de las Matas y de Torrecilla, los correfocs de La Codoñera y de Castelserás, La Ringlera de Caspe, Los Draps y también han recorrido pueblos con La Chanera Folk. Todo esto mientras la siguiente generación apunta maneras, porque la pequeña Victoria ya pide un tambor para tocar con su tío.

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FACAO premia a los mismos desde 2017

FACAO en su concurso literario en honor al ultraderechista “Roberto G. Bayod” ha vuelto a conceder premios a los de siempre: Luis Arrufat, galardonado por sexto año consecutivo; y el autopremio de Julián Naval, dirigente de la entidad, y ya autopremiado desde hace muchos años. El pasado 6 de diciembre, en Monzón, FACAO hizo entrega de los galardones a los vencedores del XXI Concúrs Lliterari en Aragonés Oriental “Roberto G. Bayod”.

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(Publicat a La Comarca, Cartas del Lector)

Natxo Sorolla. Sociólogo.

Juan José Barragán defiende que la denominación “chapurriau” tiene “enormes diferencias” con otras palabras como “chapurrear”, “chapurrar” o “chapurrado”. Y por ello, defiende que decirle “chapurriau” a nuestra lengua nada tiene que ver con que algunos consideraron en su momento que en el Matarraña hablamos mal. No sólo pretende singularizar la palabra “chapurriau”, si no aislarla por completo de su origen. Lo firma como “profesor de Historia” en un artículo de este periódico de “El mundo del chapurriau” (11/12/2022).

Ni soy lingüista, ni soy filólogo, ni soy historiador. Pero el sentido común me dice que el origen de una palabra, su etimología, no depende de nuestra voluntad. No debemos obviar que cuando nos referimos a un magrebí como “moro”, la palabra originalmente se refiere a Mauritania, y ésta, a su vez, a un color de piel. Que cuando nos referimos a un amazig como “bereber”, su etimología lo sitúa como “bárbaro”. Y que cuando nos referimos a un sudamericano como “machupichu”, se relaciona con la joya arquitectónica inca. Podemos reinterpretar y adoptar una denominación, como ocurre con “maricón”, usada en ocasiones como una muestra de orgullo homosexual. Pero no podemos obviar que es el aumentativo de “marica”, y se usó de forma peyorativo como diminutivo del hombre que se comporta como una “María”. Estoy muy de acuerdo con el artículo que el significado actual de las palabras se construye socialmente. Pero su origen y etimología puede objetivarse, y no depende de nuestra voluntad actual. Y el artículo pervierte la indagación sobre el origen del “chapurriau”.

Nosotros, en un ademán de deconstrucción performativa, podemos adoptar la denominación “chapurriau” como propia, e ideal, para mostrar nuestra total repulsión a todo lo que huela a demonio catalán. Porque el significado de las palabras puede cambiarse a gusto de nuestras actitudes más hondas: “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”, o porque llamaron “crimen pasional” al “maltrato familiar”, o porque el supremacismo usa denominaciones peyorativas para minorizar a las que se considera lenguas indignas. Pero la etimología de las palabras es la que es. Cuando en el artículo se afirma a la ligera que “el término «chapurriau», como sustantivo, está escrito en aragonés oriental” se obvia que la romanística internacional sitúa el dialecto oriental del aragonés muy lejos de aquí. Pero es que también se obvia que “chapurriau” es un sustantivo que rompe la lógica con la que se forman los sustantivos en el Matarraña: si fuera propio acabaría en “-at”, y no en “-au”. Y no sólo eso, si no que se obvia que “chapurriau” enlaza con el verbo castellano “chapurrear”, que define la acción de hablar mal una lengua.

El artículo manipula la pobre revisión bibliográfica con la que trabaja. Se limita a explicar que “si consultamos el ‘Tesoro de los diccionarios históricos de la lengua española’, de la RAE, la definición del término ‘chapurrear’ nos aclara [que] la definición de ésta es ‘Bebida compuesta de varios licores o de vino y azúcar con diversos ingredientes’. Poco que ver, por tanto, con las lenguas”. Es suficiente con consultar ese diccionario para comprobar que se ha ocultado a conciencia la definición: “CHAPURREAR, tr. chapurrar, hablar con dificultad un idioma. Ú.t.c.intr.” y “CHAPURRADO,DA. p.p. de Chapurrar. 2. adj. dícese de una lengua cuando se habla con imperfección y dificultad,y especialmente cuando al hacerlo asi se usan articulaciones, vocablos y giros exóticos”. La propia definición de la poca bibliografía que trata prioriza el significado de lengua mal hablada para “chapurrear” y “chapurrado”.

Pero es que el artículo se limita a documentar las palabras únicamente en un diccionario, para inducir que unas están aisladas de otras. Y afirma que “El término se documenta por primera vez en una obra de Villarroel que data de 1794, en la que nombra el «chapurrado» refiriéndose a una fórmula de repostería. Así se mantuvo el término, con su significado original como demuestran otros autores, hasta que en 1917, Alarcón, lo utiliza como una forma de empezar a hablar una lengua, refiriéndose al árabe por su dificultad, y no de forma despectiva precisamente, sino como mérito personal”. No es necesaria una competencia especial en investigación histórica, porque a unos simples golpes de clic, se puede documentar que unos años antes, en 1786, ya se expresa el significado despectivo de “chapurrear” como hablar mal una lengua: “se han empeñado nuestros charlatanes en no saber nada con solidez, en traducir libretes para la ganancia, en chapurrear la locución con frases bilingües” (“Reflexiones sobre la Leccion crítica que ha publicado D. Vicente Garcia de la Huerta”, de Juan Pablo Forner, p. 94).

Evidentemente, el artículo no emprende el reto más complejo, de documentar el primer uso de “chapurriau” para referirse a nuestra lengua. Que por lo que sabemos de momento, a principios de siglo XX se mantiene la denominación “catalán”, y el “chapurriau” se empieza a documentar a partir del segundo tercio del siglo XX. Cuando inicialmente indicaba que yo no soy lingüista (ni historiador) lo hacía conscientemente. Porque sin serlo, observo que el argumento central para impermeabilizar el “chapurriau” de la definición original de “hablar mal” es sumamente contradictoria. Cuando se dice que “no tiene ningún sentido intentar expresar lo mismo con dos términos diferentes de dos lenguas diferentes” se obvia que, por definición, ocurre lo contrario: dos lenguas diferentes usan términos diferentes para expresar lo mismo. Y si las tres lenguas son de la misma familia, estos términos probablemente serán próximos, porque tienen el mismo origen etimológico: el latín. “Chapurriau” es el sustantivo aragonesizado de “chapurrear”, la forma peyorativa para referirse a nuestra lengua en el Matarraña, y así ha pasado a las lenguas de nuestro entorno. En el artículo se hace una defensa gastronómica final: “Más ganaríamos todos mezclando vino y limón helado. […] ¡buen provecho! Al menos yo lo probaré”. Se suele decir que los experimentos mejor hacerlos con gaseosa que con lenguas e historia. Especialmente si son con alcohol.

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